viernes, 19 de julio de 2013

NARRACIONES EXCEPCIONALES


Hay muchas anécdotas recogidas acuciosamente por Alfredo de su padre, y trasmitidas a mí epistolarmente entre 1928 y30.
Según tales versiones, confirmadas por Adriana de Verneuil, a Prada le gustaba conversar con los peones y yanaconas: así conocía sus necesidades. Los visitaba cuando caían enfermos. Los campesinos vivían bajo un régimen feudal. "El chacarero", como llamaban en su casa a Manuel, quería cambiar la situación, pero no podía hacer mucho. Era un patrón a medias y, además, contemplativo.

Una de las anécdotas  cuenta que un día, Prado. Viajaba de lima a Tútume cuando, urgido por la sed, desmontó en un pequeño tambo para beber. Se' acercó al mostrador y pidió un vaso de agua. Del  grupo de cholos parroquianos que jugaban a la "pinta", con dos dados amarillentos y bebían pisco, se destacó uno que' le ofreció un cigarrillo. Manuel se excusó sonriendo "No fumo, gracias"'. El cholo se le quedó mirando y dijo: "Entonces, don Manuelito, tómese un pisquito”... "Gracias, no bebo licor", fue la respuesta. El cholo volvió a la carga: "jugará una "píntita", don Manuelito?" "Disculpe, no juego". El cholo se lo quedó mirando de hito en hito y, con voz aguardentosa y como para que lo oyesen todos, sentenció: "Entonces, don Manuelito, si Ud. no fuma, no chupa, ni juega, usted es un cojudo". El episodio anterior carece de la trascendencia del siguiente:
Manuel no la revelaría sino a su hijo y a su esposa. Su hijo, Alfredo, me la refirió por carta; yo usé el relato en Don Manuel, Alfredo decidió escarbar el asunto. Felipe, hijo de Alfredo y nieto de don Manuel: siendo Manuel fue llamado con urgencia a una choza. El padre de familia, un indio ya viejo, agonizaba. En la agonía había dicho a su hijo que llamaran al patrón para revelarle un terrible secreto. Manuel acudió. El moribundo le contó su cuita. Don Manuel lo escuchó atónito. 



Aquel cholo había sido soldado raso bajo el mando del Mariscal Agustín Gamarra, Presidente del Perú, en 1841 (treinta años atrás). Er" hecho se remonta a la guerra de 1846 con Bolivia. Ese soldado había sufrido tiempo atrás un inmerecido castigo del Jefe. Este hizo azotar en público al pobre "raso" y ordenó después que lo pusieran en cepo volador, El indio guardó su rencor. Al comenzar la' batalla de Ingavi, Gamarra dispuso su ejército para atacar al boliviano. El Mariscal vestía su espléndido uniforme de gala. No había comenzado el ataque cuando se escucharon varios disparos aislados en el lado peruano. El Mariscal Presidente se desplomó. Tenía un balazo en el tórax. Murió allí mismo en el campo. Nunca se supo más. Al cabo de 30 años, aquel confesó a Prada, entre estertores: "Yo fui, don Manuelito, yo lo maté".

Esa confesión cambiaba la interpretación de la historia nacional. Manuel no la revelaría sino a su hijo y a su esposa. Su hijo, Alfredo, me la refirió por carta; yo usé el relato en Don Manuel, Alfredo decidió escarbar el asunto. Felipe, hijo de Alfredo y nieto de don Manuel: siendo escolar del colegio Anglo-peruano, escribiría un artículo sobre Gamarra en la revista Leader del colegio (1929). Alfredo publicaría el libro un crimen- perfecto (1941), con su explicación documental del caso.


El historiador Jorge Basadre ha desechado la versión de Alfredo. No existe ningún elemento factual que justifique a plenitud ninguna de las dos versiones. Queda, si, la duda, aunque para mí prevalece la autoridad moral de quien recogió el relato: Manuel Gonzáles Prada y el ningún interés 'del indio en 'inventar tal patraña a la hora de su muerte, ni de Prada en trasmitirla en privado, esto es, sin teatralidad ni escarnio. 




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