sábado, 20 de julio de 2013

LA MUERTE DE SU AMADA ADRIANA

LA MUERTE DE SU AMADA ADRIANA


En mi discurso, dije entre otras cosas:

Debemos sentimos orgullosos, como ciudadanos de un país sensible y culto, de que la Cámara de Diputados haya resuelto expresar su dolor en el sepelio de esta ilustre mujer, numen, dínamo 

y albacea del más grande peruano del siglo XIX: Don Manuel González Prada. Si por definición, la voluntad popular se encarna en sus legisladores, habríamos traicionado nuestro mandato al desoír el fúnebre 'clamor que brota' de todos los ámbitos de la República, rompiendo "el pacto infame de hablar a media voz" como decía el Maestro. Se explica que los ciegos de prejuicios y 
sordos de rencores -felizmente un puñado- pasen indiferentes. Estaría muy: mal que los hombres libres permanecieran impasibles cuando, emprende su último viaje quien fue irreemplazable compañera y animadora del promotor de una nueva conciencia en el Perú.


Dictó doña Adriana, entre otras lecciones, la de la' fidelidad y la pertinacia: se hizo involuntaria misionero contra el desamor de los desarraigados, renegados y desleales, que por infortunio.' Abundan comiendo inmerecido pan sobre la, tierra.

En un tiempo de frivolidad y olvido" fue la de doña Adriana, figura por eso, extraña, anacrónica. Representaba tan a lo serio, la permanencia; la lealtad, que sólo quienes participan de sus sentimientos podían entenderla, y sólo ellos rendirle homenaje hasta el final, como está ocurriendo aquí ahora.


Hace poco más de treinta años que la anciana, ante cuya tumba se inclina acongojado el pueblo del Perú, vivió quiel más entrañable romance de nuestra historia. La ciudad miraba, cada tarde, pasar, en amoroso abrazo, al más temido y temible de los peruanos, en interminable diálogo con una mujer de exquisita belleza, atenta sólo a quien con su amor le daba la vida. A los que creían que Prada era una fiera, replicaba sin lugar a objeciones el fehaciente y diario testimonio de su ternura conyugal, perenne noviazgo a nadie oculto. Doña Adriana perfumaba así, de romance, el áspero combate del Maestro.'
Mas, llegaron los días malos de la tremenda soledad.' Como un trágico Ashaverus, doña Adriana iba huyendo de las ciudades, brotadas para ella de dolor.

Doña Adriana volvió ese día de la Virgen de las Mercedes al regazo de la tierra, al lado de Don Manuel. Comenzaba la tarde. Entre la niebla persistente, pugnaba por abrirse paso la terca lumbre de un tímido sol primaveral.  


Luis Alberto Sánchez




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