Un
día el periodista Umberto Jara quiso hacerle una entrevista al pintor José
Miguel Tola. El pintor aceptó, pero con una condición: Jara haría las preguntas
verbalmente pero Tola respondería por escrito, a mano, en letra de imprenta. El
resultado, publicado en la revista "Debate" en mayo de 1990, sería
este texto siniestro y alucinado.
Un día el periodista Umberto Jara quiso hacerle una
entrevista al pintor José Miguel Tola. El pintor aceptó, pero con una
condición: Jara haría las preguntas verbalmente pero Tola respondería por
escrito, a mano, en letra de imprenta. El resultado, publicado en la revista
"Debate" en mayo de 1990, sería este texto siniestro y alucinado.
"Lima, el Perú.
¿Cómo ve en este momento la realidad nacional, la violencia, las clases
sociales? ¿Cuál es su posición dentro de estos ámbitos? ¿Qué significa esto
para usted, cómo lo entiende, lo explica? ¿ Por qué nunca le gustó Lima?... Iba
a seguir preguntando pero ya estaba escribiendo otra vez, sumergido en los
trazos que iban caligrafiando esas páginas. Hay una botella de vodka. También
un extraño libro, El arte de matar, sobre las diferentes _formas de ejecución
que el hombre ha utilizado a lo largo de los siglos. Con esos materiales
espero.
¡Viva Sendero Luminoso! ¡Arriba el MRTA!... Ya nada de
«Proletarios del mundo, uníos»... Ahora lo que se quiere es sangre,
explosiones, coches bomba, extorsión a mineros, ejecuciones selectivas a
funcionarios corruptos, genocidios, paralizaciones, huelgas, alcaldes
ejecutados, rondas campesinas masacradas después de un partido de fútbol contra
insurgentes. Diez soldados muertos por acá, catorce de los otros, un capitán,
periodistas, zonas de emergencia, soldados con la cara cubierta con
pasamontañas. ¿Por qué?, no creo que sea por vergüenza. El soldado siempre ha
sido el símbolo del orgullo militar. El rostro levantado, la frente en alto..,
eso nos enseñaron de niños. ¡Maten! ¡Maten! ¡Mátense! ¡Los unos a los otros!
Dinamiten. ¿Qué más? No se me ocurre. Miraré los noticiarios esta noche.
Compraré periódicos. Sea como sea, es un gran negocio para ustedes, de lo más
lucrativo. Las empresas deben estar felices, no se me ocurre qué otra cosa
publicarían. El periodismo perdería su gran atracción, seríamos aún más
olvidados en el extranjero. Muchos cortos, fotos, relatos, filmaciones superan
a la serie Miami Vice. No sé por qué la televisión llega tarde. Bueno, aun con
la imagen de unas gotas de sangre se conforman... Lo de El Sexto fue una de las
mejores películas. Creo que la vi doce o cuarentaitrés veces. Durante una
semana no daban otra cosa. Lo que no recuerdo es quién fue el director y de
dónde sacaron tan buenos actores. La de Lurigancho, con monja y todo, fue otra
de las buenas, o la del guardia sobre la ventana disparando. ¡Realmente
espectaculares! Eso es lo que le gusta a la gente, definitivamente. Y, repito,
de lo más rentable.
Las huelgas resultan ya un poco ridículas, el rochabús,
la policía apagando llantas, gente que corre, el desgastado grito «el pueblo
unido,..», «queremos...», el diputado al frente quejándose de que fue golpeado,
para que lo vean con la camisa rota o levantándose el pantalón para mostrar el
moretón. Eso aburre, en verdad. Barriadas, los trabajadores en camiones como
animales por llegar a sus trabajos, ya no sé qué clase de pueblo es este.
Mayorías populares, muertas de inanición, enfermas. Aun así pueden hacer la
guerra, levantarse del suelo. ¿Acaso no les duelen las rodillas?
Hagan algo. ¡Que empiece la guerra! Unos contra otros.
¡Explotados contra explotadores! Les aseguro que perderán, pero pasarán a la
historia. ¡Pero hagan algo! No los entiendo, en verdad. Dejen esa vocación de
extras. Conviértanse en verdaderos actores. Piensen en grande. Se verán en
todos los noticiarios del mundo. Miren las películas de los afganos, libaneses,
nicaragüenses... y tantos, tantos. No crean que los «sucios burgueses», esos
«explotadores de mierda», se van a quejar; les gusta, de verdad les digo. Se divierten
como tontos. Lo graban en sus betarnax y lo pasan los domingos a la hora del
almuerzo. Yo creo que ustedes están pensando que a ellos les desagrada. ¡Qué
poca imaginación! ¡Viva, pues, la lucha armada! El negocio es formidable. No
hay copyright, derechos de autor, ni gastos de producción para estas
superproducciones en cortometraje.
Ustedes han hecho funcionar los cerebros de los intelectuales
y han abierto todo un campo de estudios con alta tecnología cibernética. Pero
por su poca capacidad, ya que no saben qué ofrecer al no encontrar soluciones.
Las compañías aéreas, los consulados y sus visas, los pasaportes y sus
renovaciones, los vendedores de maletas, las artesanías para recordar a la
patria, correos con su incremento de ingresos por el éxodo de peruanos, los
panfletos de la Cruz Roja, los Derechos Humanos, la ayuda a los desaparecidos,
todos ganan. Los secuestradores cobran menos de lo que se gana con la noticia.
Para lo que deben hacer no se necesita un plan de acción ni ideologías, se hace
así, así «no más»... pum... pum. Les aseguro que todo el mundo los comprenderá.
Ya se ha propalado tanto sobre sus miserables condiciones de vida que no
necesitarán excusarse.
¡Entiendan! Nadie los va a culpar de nada. Estoy seguro
de que no lo harán. Les será a ellos más divertido ver cómo los matan, ver cómo
se mueren famélicos, enfermos, lloriqueando en hospitales, postas, maternidades.
¡Oh, esas mujeres con sus jorobas ventrales! La vida en la choza tipo Thoreau.
Esa vida de beduinos en los desiertos con sus cajones de esteras. No digan
tampoco que no hay agua, en Lima casi nunca ha llovido, así que ¿de qué se
quejan? El sol siempre ha sido uno de nuestros símbolos. La electricidad es
peligrosa. No se les ocurre cuántos niños y adultos se han electrocutado por
esos adelantos técnicos. -Váyanse del país aquellos que inconformes se quejan.
Naden mar adentro. Un poco más allá —en línea recta— están Australia, Japón,
China, países que en verdad les valdría la pena visitar. Son agradables. Lo que
no sé es si les gustará otra realidad que no sea esta. Lo que sí sé es que
gracias a narcos, guerrilleros marginados, asentamientos humanos, pobreza,
enfermedades, desocupados, ladrones, estafadores, falsificadores, funcionarios
corruptos y huelguistas, los intelectuales y profesionales acaparan programas y
columnas periodísticas, se están llenando los bolsillos como cualquier
mercader. Debe ser realmente insultante para ustedes, o quizá piensen que se
les gratificará algún día. Yo que ustedes cobraría ya. Ahora. Piensen en la
devaluación continua. Olvidada. Los presos deberían pedir reducción de condena
por sus espectáculos. También ellos colaboran. Si no delinquiesen, ¿de qué
viviría la burocracia judicial? La coima, el soborno... desde el portero
siguiendo todos los escalafones ascendentes, hasta llegar a las togas.
Ustedes --¡oh, mi pueblo!— son los que en verdad hacen
que este país funcione. Creo que en su callada y tímida modestia algún día los
reconocerán, o acaso ya estarán agradecidos con su aporte. Eso sí: ya no se
quejen, les quita dignidad. ¿Se dice dignidad?
¿No cree que su
respuesta es burlescamente macabra o en verdad piensa así?... Tola mira una de
las paredes del taller donde pende esa especie de dios o crucificado aún
inconcluso pero terrible, en el que está trabajando. No dice nada y vuelve a
escribir. Todo está en silencio.
Mucho he visto y ha pasado. La imaginación no cumple en esto
ninguna función. Existen nuevos sentimientos. Lo que puede parecer cólera,
odio, indiferencia, burla, ironía, lo es en verdad. Antes repudiaba la
violencia. Ahora esta masiva pasividad popular, esa laxitud, ese aceptar lo que
les impongan, acomodarse a cualquier circunstancia, ese servil sometimiento, la
protesta desganada, LA HUELGA FOLKLÓRICA, la reclamación postergada, la
credibilidad a inciertas promesas, la explotación que soportan, esa estoica
actitud ante el hambre, el trabajo mal pagado, la enfermedad sin cura, sin
auxilio, el conformismo respecto al hurto gubernamental y burocrático, a la
falta de agua, desagüe... ¡Mierda, a todo eso!... Esa pasividad fue realmente
—ahora me doy cuenta— lo que transformó una idea en otra. Nunca vi así de
vergonzosa la realidad. Pasé casi dos meses sin ver televisión ni leer un
diario. No quería amargarme más. La realidad de por sí es notoria. Ayer vi
televisión, leí un diario; era exactamente igual que hace dos meses. No creo
que esto pueda seguir así. No puede ser.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9B27iPSBbTftLefjbF7Yvh1UrC-uUSJNFis6-Bh93H-BtOevoDact0WtgWKCClvF15usUu1hSEm7VEMgDKApVnAJXLyYhQNdOnq6k4hSpfKYqV0GPfC7shMToDjacGlNgW4I9Nx7UeUwM/s1600/JH.jpg)
No es que la violencia sea necesaria, es ya obligatoria.
No pueden pasar los días así de indiferentes con seres humanos que están
muriendo —no enumeraré razones—, viviendo de esta brutal manera por una huelga
de médicos, enfermeras, falta de liquidez para pagar sueldos, alimentos
inaccesibles... Cualquiera de nosotros podría continuar. Las condiciones de
vida en las barriadas, los micros, el trato a la gente, el despotismo, la
corrupción. El ser engañados sistemáticamente. Esas promesas entre un cambio de
gobierno y otro. Las soluciones a largo o corto plazo nunca serán reales. Ya
las han oído antes. ¿Seguirán escuchándolas? ¿Creyendo? Es cierto; sí lo pueden
aguantar; ya entonces da lo mismo ofrecerles que el no hacerlo. Si nada los
encoleriza lo suficiente como para poder calmarlos con tres ilusas promesas, si
así les gusta, si se conforman con una realidad que-casi-comparten-todos,
entonces no le temamos tampoco a la violencia de unos cuantos. La subversión
morirá por su propio peso. Será sólo otro de nuestros atractivos
tercermundistas. Si el pueblo lo aguanta y cualquier cosa le es indiferente a
uno tanto como a otro. Esto es risible o de un patetismo misericordioso que no
comparto. La sangre, la muerte, debe ser igual para todos, no (gratuita sólo para
unos y desafortunada para un pequeño resto. La muerte no es parte de la vida
sino su fin, no se les puede dar a algunos como un elemento injertado en
cualquier momento del transcurso de sus vidas...
Abre uno de los
cajones del escritorio para sacar más papel y veo un montón de manuscritos.
Abre otro cajón y también está repleto. Le pregunto qué guarda, contesta algo
en voz muy baja... como que están vacíos y que me he equivocado, que he visto
mal; insisto en lo que he observado...
¿Qué sórdida idea cruzó sus mentes al pensar poder
engañarme? ¿Cómo imaginárselo? i Invidentes de ceguera! ¿No vieron en el cajón
de la izquierda de mi escritorio? Pentotal, Euripán, Narcovenol, Narconumal,
Maconilorea, Amital. Incluso poseo Escapalomina con una esvástica nazi. Podría
hacerles decir no sólo lo que han pensado, sino lo que no han siquiera
imaginado.
Cada uno de estos frascos les haría decir la verdad que
ocultan y repetir sus mentiras con las que simulan saber algo. Más les con
vendría evitar esos «estados crepusculares provocados» por estos «sueros», e
ingerir una tableta del frasco verde del cajón de la derecha, son simples
pastillas de Actedrón, un poderoso estimulante nervioso que imprime una
extraordinaria lucidez temporal. Les sería una experiencia extraña,
desconocida, de lo c.c. de Defenol, inyectada directamente al corazón produce
una muerte sencilla, parecida casi a la natural. Algunos rumores dicen que los
dolores indescriptibles no se recuerdan después. Nadie lo ha atestiguado hasta
hoy. Las otras pastillas envueltas en papel acerado son de mentol, estas quitan
el mal aliento y refrescan la cavidad bucal. Los del cajón de la izquierda,
aquellos «sueros», según las pruebas que he realizado con estos y otros,
incluyendo el mescal, no son suficientemente intensos para aniquilar el libre
albedrío, cualidad humana que se supone poseen to-dos los seres pensantes corno
nosotros. ¿Qué mentira? ¿Cuál verdad se puede ocultar y no saber en menos de
doce minutos? ¿Cómo engañarme? ¿Cuál sería la razón? En el cajón de la derecha,
debajo del otro, hay un sobre amarillo. Es una vieja fórmula con la garantía de
calidad de todos los productos alemanes. Es fácil de recordar: «Doce libras de
grasa humana, diez litros de agua y de ocho a una libra de soda cáustica. Se hierve
el conjunto durante dos o tres horas, se deja enfriar»... y se obtiene jabón.
Dudo que sea rentable hacer de esto un negocio; pero, como en todo, nunca se
sabe. Lo que hay que tratar es de memorizarla o, de otra forma, copiarla para
evitar errores. También hay que controlar su venta a ciertas razas o personas.
Algunos reaccionarían violentamente, otros les vomitarían
encima. Son impredecibles las actitudes que, como vendedores, se les podrían
presentar. Las demás cosas que poseo ocultan peligros fatales —no digo mortales
por no asustar— pero todo depende de la dosis utilizada o de una estúpida
aplicación. No saberla vendría a ser como hurtar su propia muerte. Ningún
frasco contiene indicaciones específicas. Los nombres han sido sustituidos por
números que corresponden al alfabeto latino. Esta es la razón por la cual dejo
entrar sólo a pocas personas. Un guardián cuida mi puerta cada día. Todos los
días. Es sólo por seguridad: la de ustedes. Aprendan lo que escrito está debajo
de este vigía. La traducción la guardo en la cocina. Procuren recordar el lugar
antes de intentar regresar. Los antídotos que poseo caducaron hace tres años,
seis meses y nueve días.
Usted tiene una
leyenda según la cual hay que acercársele con cuidado. Un pintor maldito. Un
artista inmerso en un mundo terrible. ¿Qué hay de cierto?... Esboza una leve
sonrisa, irónica. Las horas seguirán corriendo mientras escribe con una
concentración descomunal.
Hoc erat in votis.
Horacio, Sátiras, VI
Entre una imagen de «medio loco» y «maldito» resido aquí
como artista. Irónico sería decir que no conozco el país en el cual vivo, donde
existe una tendencia persistente por fomentar esa imagen. Creo que en la
suposición sobre las condiciones «mentales» en que trabajo, existe una
distorsión. Ningún artista podría hacerlo como suponen. Se necesita, ya no diré
ser «cuerdo», pero sí poseer una «extraña lucidez» y un conocimiento superior
al nivel intelectual normal. Quien no los tenga terminará en el intento inútil
por tratar de crear. Decir si los tengo o no es el riesgo de casi 27 años de
trabajo, primero como aprendiz de pintor, luego como estudiante de arte, y a lo
largo de una existencia dedicada al entendimiento de «esa nada». No creo que
sea un «loco» o pertenezca al género de los «malditos». Vivo en un medio
agresivo, hostil, dentro de una soledad y en un país convulsionado, atroz,
cruel. No me inmiscuyo en él como participante, esta realidad «le entra a uno
por los poros». No se puede dejar de sentirla. No la evado, pero la atrocidad
crea una conciencia que se asume a sí misma.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcqs0PCtyBkOB8kXbhRfLEy_QEmh2MPwbSKBudkEDIMpWKrXqgByYdVgNB3eywR5jaPWWE7w17ukU_cIcnjZIPnw4mgDV68tOE_YrUMRcpNvaODkNC6YixHOrK6leEwaM3_fgMim3LUB0C/s1600/JTH.jpg)
El arte para mí no es una actividad hedonista ni
apacible, es la obstinación por concebir y conocer algo que podría dejar de
existir o internarse en un manicomio estatal. Si esto es la vida, como poco a
poco he ido conociéndola, la vergüenza del ser humano radica en el silencio. Ya
estoy harto de hablar o escribir sobre mi trabajo, pero creo que existe una
obligación moral e intelectual de hacerlo, aunque de esto se debería encargar
la crítica profesional. Lo único que tengo es mi vida, el esfuerzo y mi
obligación. Dejémoslo así.
En su mesa de dibujo
hay bocetos que de inmediato hacen pensar en violencia, muerte. Una
reproducción fotográfica tamaño tabloide frente al escritorio muestra a un
ahorcado al que golpean con una silla plegable. Se lo señalo y también le
muestro una escena del motín en El Sexto. ¿Por qué la atracción por la
violencia, la muerte? Coge una hoja, cambia de lápiz. Busco un libro y
encuentro el Informe Sábato„ Empiezo a leer y encuentro anotaciones y frases
subrayadas sobre torturas... me interrumpe y me alcanza una carilla.
La atracción por esos aspectos es fatal. Carezco de ella.
Me interesa profundamente, pero su atractivo es un «divertimento» masoquista
que resulta trágico a corto plazo. La muerte en sí no me interesa, sino el
acto, su ejecución, el porqué. Tratar de entender esa atribución de una
facultad que no es dada a nadie, ni adquisitiva ni disculpable, pero existe, se
practica. No estoy en contra. Trato sólo de comprender las motivaciones, la actitud
y la forma de llevarla a cabo.
La violencia es comprensible en este país por la
situación en la cual vivimos o vive una mayoría, que ya no responde a los
términos humanos aceptables. Esto es responsabilidad del gobierno y sus
representantes, y no tiene justificación. Guste o no, No hay siquiera
responsabilidades compartidas, tampoco es cuestión de deslindar culpas. No hay
tiempo. La historia ha permitido determinados «errores» que se entienden como
equívocos casuales, comprensibles e inimpugnables. La Iglesia, Rusia, EE.UU.,
Argentina, Alemania... todos han utilizado el genocidio como un simple hecho
histórico no atentatorio contra los Derechos Humanos, pero de esto queda sólo
una lección por aprender.
Dar una idea, un ejemplo, no da derecho a ser requerido
para dar otras opiniones o consejos. Pongamos uno simple e inadvertido
históricamente: la Gran Epidemia Gripal de 1918 causó la muerte de 21'64o,000
(veintiún millones y tantos mil) personas. Sólo fue una gripe. ¿Qué cifra
calcularíamos de haber sido una imberbe sida, un par de pulgas o algún
microorganismo anónimo? Esto es lo de menos. El número de víctimas casi iguala
la población de nuestra patria. ¡Ni Hitler, Hiroshima o Nagasaki lo igualan!
Sobre las cantidades no miento, quizá uno más uno menos, esto no modifica la
idea.
Un exterminio fratricida en este país podríamos
justificarlo con un atenuante histórico y esta desgracia apenas recordarse como
una simple intoxicación generalizada por la ingestión de «pan popular». Creo
que nadie lo cuestionaría. Esta última frase parecerá por un instante sin
sentido... dicen que ciertos ejércitos cuando eran derrotados mataban a sus
generales. ¿Significa algo ahora?...".
MORALEJAS
"Cuando el pintor Tola vivaba a Sendero Luminoso"
SEMANARIO HILDEBRANDT EN SUS TRECE, EDICIÓN N° 218. PAG. 28-29-38
Viernes, 19 de septiembre del 2014